Por Sara C.
Érase una vez una mujer desarraigada, en otro espacio, en otro mundo. Una mujer llena de luchas, llena de sueños y de ilusiones. Tan decidida, tan transparente como manantial viviente. Y su mirada tan sincera, abria espacio en la vereda, aquella llena de tanta gente, tan displicente e indiferente.
Estaba sola y caminaba, pensaba en todo lo que sufría, y aun así, sonreía, y era vida, no se inmutaba y desafiaba, y construía, dilucidaba, se hacía oir y era sabia, aunque su voz y su palabra menospreciadas eran por gente, tan prepotente, tan deshonesta, tan poco consecuente.
Ella esperaba abrir espacios, para incluir a muchas más, que como ella estaban lejos, sin su familia, ni su ciudad. Darle un sentido a esta vida, a esta oportunidad que no está perdida, va caminando y va sembrando, va animando y cosechando.
Cultiva y siembra palabras claras, sin argumentos que discriminen, sin parlamentos que esteriotipen, porque sumando se reconstruye un nuevo espacio, aquel que incluye.
Érase una vez una mujer desarraigada, en otro espacio, en otro mundo. Una mujer llena de luchas, llena de sueños y de ilusiones. Tan decidida, tan transparente como manantial viviente. Y su mirada tan sincera, abria espacio en la vereda, aquella llena de tanta gente, tan displicente e indiferente.
Estaba sola y caminaba, pensaba en todo lo que sufría, y aun así, sonreía, y era vida, no se inmutaba y desafiaba, y construía, dilucidaba, se hacía oir y era sabia, aunque su voz y su palabra menospreciadas eran por gente, tan prepotente, tan deshonesta, tan poco consecuente.
Ella esperaba abrir espacios, para incluir a muchas más, que como ella estaban lejos, sin su familia, ni su ciudad. Darle un sentido a esta vida, a esta oportunidad que no está perdida, va caminando y va sembrando, va animando y cosechando.
Cultiva y siembra palabras claras, sin argumentos que discriminen, sin parlamentos que esteriotipen, porque sumando se reconstruye un nuevo espacio, aquel que incluye.
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